domingo, 8 de octubre de 2017

Paneo sobre la sociedad colombiana



Este tiempo que vivimos se caracteriza por mostrar los intereses políticos y económicos de grupos sociales, antes ocultos en el revuelto mundo de la violencia. Esta se llevó y se lleva de calle las instituciones. La disposición de grupos armados de acogerse a las reglas sociales instituidas, ha quitado el velo y ha dejado sin argumentos a ese puñado de familias oligárquicas herederas del poder desde finales de la colonia.

Sociedad colombiana, sociedad nueva si se la mira solo desde la colonización española, porque en ese periodo ocurrió la fusión étnica que produjo el neogranadino prerepublicano y el colombiano actual. Sociedad nueva por su reciente aparición en la historia del mundo y en comparación con las milenarias europeas. Este fenómeno americano se ha dado en llamar hispánico. Deja atrás el periodo anterior poblado en la memoria por las sociedades indígenas exterminadas por el conquistador ibérico.

Sociedad colombiana nueva y ecléctica en sus imaginarios; ha asumido la modernidad política sobre un sócalo colonial, que obliga a la discriminación, la exclusión, el despojo, la trampa y la violación de la ley. El orden republicano puso sobre ese sócalo una capa de instituciones modernas a las que nunca se les ha dejado funcionar como debieran, es decir, como orden dominante.

Los notables que tuvieron que hacer la república, dejaron el poder diseñado de tal forma para que el avivato se alzase con él y así mantener una atmósfera enrarecida, única situación apta para la sobrevivencia de la colonia sobre la república: estos son los doscientos años de vida independiente que se cuentan.

Además de este sino de sociedad nueva, están las condiciones de la modernidad que han volcado la cultura hacia el individualismo. El aumento sostenido de la libertad individual, incrementa la impotencia colectiva. Los intereses públicos, salud, vivienda, educación y trabajo para todos, son sacrificados en pos de los individuos, y estas necesidades las satisface quien pueda, según el talento personal para sobrevivir en la rapiña de la competencia.

Las acciones colectivas, la mejor forma de defender lo público, cobijo de todos, han sido sistemáticamente descartadas y cuando se recurre a ellas, se traicionan o se destruyen con rapidez. La vida actual de la sociedad colombiana, a veces se antoja no tener sentido. La competencia, la lucha permanente por la satisfacción del yo egoísta, se agota, porque allá al final de lo individual, no se encuentra la democracia garante del interés público; se encuentra el desorden y la anarquía.

Del individuo colombiano no se ha hecho un ciudadano. El ciudadano, no riñe con la individualidad, le da a esta un aire de acción colectiva, para que aporte y someta su voluntad a garantizar el derecho de todos a los bienes de la cultura. La inexistencia del ciudadano colombiano se observa en la depredación y apropiación de lo público para beneficio del avivato de estirpe colonial.

Discriminar, excluir, despojar, violar de la ley, son conductas observables en todos las épocas divisorias de las dos centurias de vida republicana, en la independencia, en la Gran Colombia, la neogranadina, la federal radical, la regeneración, las dos hegemonías: la conservadora y la liberal, la dictadura, el frente nacional y de este en adelante, que debe señalarse por décadas, el periodo de profundización de la sociedad individualista e indiferente, ante la quiebra de todos los valores que ataban el ser a la sociedad.

La política y el individuo adquieren un rasgo de insignificancia, por no ser importantes para el ser político. Los políticos y los partidos no tienen un programa, solo buscan el poder y como mantenerlo. Por eso los políticos dejan a la deriva la militancia y son capaces de aliarse con el crimen y la corrupción para mantener la primacía y sostenerse en la dirección del gobierno por décadas. Por eso, las propuestas de cambio no están, en su lugar promueven el conformismo y el consumismo como la mejor vida. La política como diálogo y debate sobre el destino de la ciudad y sus habitantes, se ha transformado en una política visceral, especializada en la compra de las conciencias, en los mecanismos de dependencia económica del electorado.

El rumbo equivocado de la política, produce una sensación de bienestar en ese grupo de hombres y mujeres que controlan el poder; pero en el resto de los pobladores, la gran mayoría, producen el sufrimiento, porque han generado la condición terrible de hoy: vivir con los sentimientos de inseguridad, incertidumbre y desprotección.

Inseguridad porque después del Frente Nacional comenzó el cultivo y exportación de marihuana y se le dieron nuevos bríos al avivato, para mantener una atmósfera enrarecida que ocultase la desigualdad ancestral impuesta por esos notables de finales del siglo dieciocho; ellos, luego convertidos en un puñado de familias oligárquicas. Con la producción y exportación de narcóticos se logró meter en todos los entresijos de la sociedad, la violencia fratricida, cimentar el individualismo, la insensibilidad ante el dolor ajeno y la búsqueda del dinero fácil.

Incertidumbre por el provecho sacado a la inseguridad. Los pobladores inmersos en el mar del egoísmo y por efecto de la política visceral, eligen periódicamente representantes con consignas de mantener el estado de cosas, mantener la estabilidad del sistema de ganancias del gran capital especulativo, comercial e industrial. Por eso se logró destruir los derechos sindicales y se ha venido privatizando los bienes y servicios públicos. La incertidumbre obra como sedante y el despojado elige al despojador.

Desprotección por la expansión en todo el territorio nacional de la justicia privada de grupos armados, que le viene disputando al Estado el poder. Colombia después de la dictadura de Rojas se urbanizó rápidamente. Las ciudades crecidas al azar son un territorio apto para el desarrollo de esos micropoderes barriales. Estos imponen gobiernos unipersonales, despóticos, con base en la violencia y la extorsión entre vecinos.

El paneo que pueden hacer los ojos sobre el paisaje de la sociedad colombiana, muestra en todo su esplendor la política desviada de su sentido y función. La han convertido en un arte de pugnacidad entre pretendientes del poder, para satisfacer orgullos personales. No tienen partidos, y a las organizaciones que se le pone ese nombre, son una empresa clientelista sin doctrina, sin programa. Y en realidad no lo necesitan porque quienes financian las empresas electorales imponen la defensa del estado de cosas de la defensa de los intereses del capital.

Imagen: La Cayetana de Enrique Grau 1985

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