Feria del libro en la Avenida Suárez 2008
En 1575 el
conquistador Gaspar de Rodas pidió a la corona española una merced de tierras
en los Asientos Viejos de Aburrá para sustentar sus esclavos y dependientes
establecidos en Santa Fe de Antioquia. La corona le otorgó desde los Asientos
Viejos de Aburrá hasta lo que hoy se conoce como Barbosa. Rodas establece en
estas tierras hatos de ganado: Hatillo, Hato Grande, Hato Viejo. Por ello se
puede tomar el año de 1575 como año de origen del Hato Viejo hoy llamado Bello.
En términos
rigurosos el poblado Hato Viejo no tuvo fundación, como muchos otros pueblos.
No tiene un acta de fundación. El poblado se fue formando alrededor del Hato y
a lado y lado del camino que conectaba el Poblado de San Lorenzo (hoy la
Medellín) con Santa Fe de Antioquia, pasando por San Pedro de los Milagros y el
Hato Viejo. Por ello para comienzos del siglo XX Marco Fidel Suárez describió
el poblado como compuesto por dos calles. La calle Arriba (calle de los Ñoes) y
calle abajo (calle de los Dones).
En el
periodo colonial el poblador hatovejeño fue un ser producto de la mezcla de
etnias. Predominó el pardo, mezcla de español e indígena. En este, en el pardo
hatovejeño, se funde la cultura hispana y la indígena para formar un sincretismo
cultural de alto contenido religioso. En 1630 entra la etnia africana a
enriquecer el sincretismo cultural.
Los tres
productos étnicos, zambos, mulatos, pardos, acompañados por minorías puras de
negros, indígenas y españoles, encarnaron una cultura de corte comunitarista,
centrada en la religión católica con remanentes africanos, indígenas y europeos.
Lo comunitarista se expresó en una práctica social basada en lo
consuetudinario, esto es, en el predominio de la tradición y por la cual, los
actos individuales fueron regulados o castigados por el consenso social
dirigido por los notables: sacerdotes, jueces y pudientes.
El ser
hatovejeño colonial, tuvo una vida lenta, rural, con una dependencia absoluta a
la monarquía. Daba testimonio de su estado y su comportamiento en los actos
religiosos periódicos, donde los notables le inspeccionaban y decidían sobre su
conducta.
Durante el
primer siglo de independencia, es decir en los primeros cien años de vida republicana,
los hatovejeños mezclaron la tradición comunitarista con los nuevos elementos
culturales republicanos. Se separó el Estado y la Iglesia. Los sujetos entraron
a ser juzgados por el Estado a través del aparato judicial. Se creó la escuela
y se dotó el territorio de una sede administrativa. El territorio comenzó a
nombrarse con términos civiles: cantón, partido o jurisdicción. Se creó el
cementerio público y la obra pública.
El rito
electoral, creó un enfrentamiento con el pasado. El ciudadano, sujeto de
derecho, se enfrentó al sujeto dependiente de los notables. Esta contradicción
se mantuvo y no se resolvió. La tradición campeó y el ser hatovejeño del siglo
XIX se puede definir como un conservador republicano.
El
territorio se mantuvo en el siglo XIX entre 1.000 y 3.000 habitantes. Entre
ellos unas 50 familias con posesiones en el Hato y en la Villa de Medellín,
componían el sector de los notables, con esclavos, dependientes, aparceros,
agregados y peones. La ruralidad fue el sentimiento y esta potenció un
campesinismo que vivió largamente en la mente y el ser de los pobladores.
Los notables
hatovejeños, a finales del siglo XIX, en el año 1883, cambiaron el nombre de
Hatoviejo por el de Bello. La argumentación es sumamente simbólica. Dijeron no querer
vivir más bajo un nombre que identificaba más un grupo de reses que una
sociedad. El nombre de Bello es tomado del gramático venezolano Andrés Bello.
En el año 1882 Marco Fidel Suárez ganó un premio de la Academia Colombiana de
la Lengua por un estudio sobre la obra de Bello. Por ello el grupo de notables
adoptó ese nombre. Este acontecimiento entra a convertirse en un símbolo del
ser bellanita.
El nombre de
un gramático dado al territorio, un hombre que sale de lo local y adquiere
importancia nacional al ocupar la presidencia de la república, son dos
elementos que concitaron la imaginación de los pobladores y generaron relatos
orales o escritos, sobre Marco Fidel Suárez y el culto de las letras. El origen
de este héroe local, por fuera de los códigos sociales, permitió construir
alrededor de su persona un mito que puede decantarse en una norma de conducta,
adoptada por la escuela local, y que reza: todo pobre puede llegar a los más
altos puestos de la república. O la pobreza no impide el progreso. O el esfuerzo
tenaz produce frutos y éxitos sociales.
El
republicanismo conservador, de base campesinista, y el respeto por la gramática
y el hablar grave y altisonante, son la expresión de una parte del ser
bellanita. A este sustrato mental, que también involucra una gestualidad
corporal, se adiciona otros acontecimientos. Son estos la instalación a
comienzos del siglo XX de la industria textil y los talleres centrales del
ferrocarril de Antioquia.
La temprana
industria textil, trajo consigo, el fenómeno social de construcción de una
nueva clase social para el país: la clase trabajadora, llamada por la teoría
marxista, la clase proletaria. Este fenómeno madura en la localidad de Bello.
En 1920 alrededor de 400 obreras de la fábrica de tejidos de Bello realizaron una
huelga de 25 días y por ese acto de fuerza lograron sus objetivos. Esto es
síntoma de la madurez de una mentalidad; lo que se llama también conciencia de
clase.
El obrerismo
bellanita ejercitó unos gustos nuevos y ocasionó transformaciones en el uso de
los espacios. Para 1930 la décima parte de la población (aprox. 1.000
personas), sus vidas, dependían del salario de la fábrica. Esta condición
obligaba a un uso del tiempo libre, y a una gestualidad nueva, regida por el
ser asalariado. Esto se materializó en la aparición del bar y la cantina y en
el gusto por el tango ya reputado como canción ciudadana.
Para los
años cuarenta del siglo XX, se construyen los barrios obreros de Niquía, San
José Obrero y Manchester. Es decir, a mediados del siglo se tiene ya en el
mundo mental de los bellanitas una pertenencia a la cultura del obrerismo,
ubicada espacial e ideológicamente, dado el amplio proselitismo del
sindicalismo, ya fuese católico, liberal o comunista.
Paralelo al
establecimiento industrial, los talleres del ferrocarril, posibilitaron que sus
trabajadores adquiriesen una habilidad técnica, en el manejo de la
metalmecánica, habilidad transmitida a los hijos y manifiesta en la
proliferación de pequeños negocios. Para los años sesenta y setenta. Lo antes dicho
permitió el establecimiento en Bello de una mediana empresa de tecnologías
medias. Así el municipio se convirtió en lo que muchos analistas de la época
llamaron “un campamento obrero”.
La industria
textil y el ferrocarril, fueron un atractivo para muchas personas, y posibilitó
una inmigración sostenida desde comienzos del siglo XX, agravada por el
desplazamiento ocasionado por la violencia de los cincuenta y sesenta. Esta
población fue recibida por la cultura obrera, cultura del oficio y la herencia
ancestral del comunitarismo capesinista o republicanismo conservador o liberal.
Con estos
argumentos se puede afirmar: el ser bellanita es un sincretismo entre
tradición, revolución y adaptación sorprendente al cambio, sin abandonar la
lucha por su propio interés. Por ello en Bello se han dado los dominios del
conservadurismo, del liberalismo, del anapismo, del sindicalismo de izquierda,
y del anarquismo. Este último se dio al menos en la actitud ante la vida y como
militancia en algunos casos. Todo esto decanta para los años ochenta del siglo
XX, dos imaginarios claros: una actitud ante la vida en términos espirituales y
materiales tradicional comunitarista, es decir, una adscripción a la justicia
del grupo del barrio o del sector, agenciada por el poder de la costumbre. La
otra es la lucha por el beneficio personal, por el bienestar individual.
El
narcotráfico, adicionado a un alto desprestigio del Estado y la clase política,
expuso el fenómeno llamado “disolución del tejido social”: este se manifestó en
Bello, con la aparición de bandas armadas que ejercieron poder territorial en
sectores, con varios barrios en su haber. Los miembros de estas bandas fueron
hombres y mujeres jóvenes con un imaginario social y económico basado en la
búsqueda de dinero fácil y ejerciendo una justicia comunitaria con base en la
extorsión y el asesinato.
Las bandas
se adscribieron a diversos idearios. Unas fueron exclusivamente
narcotraficantes, otras fueron milicias de izquierda, otras dedicadas al
sicariato. Luego a finales de los años ochenta y principios de los noventa del
siglo XX, las organizaciones para estatales, cooptaron la mayoría de estos
jóvenes y se pusieron al servicio de un imaginario autoritario y comunitarista.
Por él se montaron campañas de exterminio de mendigos, prostitutas,
homosexuales y drogadictos. A estas campañas se les puso el nombre de “limpieza
social” o “amor por Medellín”.
Ante esta
situación social, El Estado, optó por negociar con las bandas o “combos
armados”, y cambiarles las armas por trabajo cooperativo o por un subsidio al
desempleo. Esta política del Estado dejó en la mentalidad de muchos jóvenes una
convicción: -se tiene atención del Estado si me organizo en combos armados-. Es
claro que esta actitud no es generalizada. Es una actitud de una amplia franja
de población, con dificultades socioeconómicas para tener una vida normal.
Sí puede
afirmarse que cuando se pone de moda una actitud ante la vida, o mejor, cuando
una actitud se convierte en valor, arrastra a muchas capas sociales, así se sea
pudiente o no. Muchos de los jefes de bandas fueron o son hijos de familias
raizales de Bello con poder económico. Otros han sido hijos o nietos de
trabajadores jubilados ejemplares de las fábricas.
El ser
bellanita que se puede identificar hoy, tiene la huella mental de ese
acumulado, inscrito por la tradición oral y reforzada por el predominio de una
cultura de resolución violenta de los conflictos familiares, entre vecinos,
entre amigos y sociales. Este ser bellanita se despliega en un territorio, que ha
crecido dramáticamente con una mediana o poca planeación. La resultante es el
fácil control de extensas zonas del municipio por los poderes paraestatales o
de bandas o combos. Estos poderes continúan el comunitarismo y la lucha por el
beneficio personal, por el bienestar individual.
Por lo
anterior se hace necesaria la intervención del territorio. Se debe dotarlo de
servicios públicos, equiparlo para el disfrute del tiempo libre, comunicarlo
con vías modernas y amplias que recuperen la cantidad de espacio digno y
necesario para el desarrollo de cada persona. Instaurar acciones de
satisfacción de las necesidades en educación, vivienda, salud y culturales que
permitan la identificación de los bellanitas con lo público para que se le
respete y se le conserve.
Es necesario
recuperar la memoria histórica de lo acontecido en el territorio, en especial
todo lo que engloba el nombre de Bello: lo jurisconsulto, el amor a las letras,
el sentimiento de ser ciudadano moderno, por las fábricas y el ferrocarril. Ampliar
la oferta de acceso a las artes, las técnicas, el folclor y la ciencia. Propender
por un sujeto respetuoso del otro y de lo público; libre pensador, autónomo,
crítico, propositivo, dispuesto para la creatividad artística y científica.
Todo ello se consigue con una acción clara y planeada desde la voluntad
política, la educación formal y extraescolar, todos en un diálogo permanente y
oportuno.
Muchas, muchísimas gracias por este relato. Qué maravilla de verdad esa deconstrucción bellanita que hace usted con esos datos arqueológicos, y aunar con lo que pasa en el presente. Hay que seguir en la búsqueda de ese ser bellanita y poder cumplir lo que se propone en el último párrafo, aunque por parte de la "voluntad política" el asunto ya es en sí complejo, pues la corrupción como que ya hace parte de ese ser bellanita, empoderado del territorio.
ResponderEliminarHola guillermo excelentes ensayos. Felicitaciones. Resfa
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