sábado, 18 de junio de 2016

El ser bellanita



Feria del libro en la Avenida Suárez 2008

En 1575 el conquistador Gaspar de Rodas pidió a la corona española una merced de tierras en los Asientos Viejos de Aburrá para sustentar sus esclavos y dependientes establecidos en Santa Fe de Antioquia. La corona le otorgó desde los Asientos Viejos de Aburrá hasta lo que hoy se conoce como Barbosa. Rodas establece en estas tierras hatos de ganado: Hatillo, Hato Grande, Hato Viejo. Por ello se puede tomar el año de 1575 como año de origen del Hato Viejo hoy llamado Bello.

En términos rigurosos el poblado Hato Viejo no tuvo fundación, como muchos otros pueblos. No tiene un acta de fundación. El poblado se fue formando alrededor del Hato y a lado y lado del camino que conectaba el Poblado de San Lorenzo (hoy la Medellín) con Santa Fe de Antioquia, pasando por San Pedro de los Milagros y el Hato Viejo. Por ello para comienzos del siglo XX Marco Fidel Suárez describió el poblado como compuesto por dos calles. La calle Arriba (calle de los Ñoes) y calle abajo (calle de los Dones).

En el periodo colonial el poblador hatovejeño fue un ser producto de la mezcla de etnias. Predominó el pardo, mezcla de español e indígena. En este, en el pardo hatovejeño, se funde la cultura hispana y la indígena para formar un sincretismo cultural de alto contenido religioso. En 1630 entra la etnia africana a enriquecer el sincretismo cultural.

Los tres productos étnicos, zambos, mulatos, pardos, acompañados por minorías puras de negros, indígenas y españoles, encarnaron una cultura de corte comunitarista, centrada en la religión católica con remanentes africanos, indígenas y europeos. Lo comunitarista se expresó en una práctica social basada en lo consuetudinario, esto es, en el predominio de la tradición y por la cual, los actos individuales fueron regulados o castigados por el consenso social dirigido por los notables: sacerdotes, jueces y pudientes.

El ser hatovejeño colonial, tuvo una vida lenta, rural, con una dependencia absoluta a la monarquía. Daba testimonio de su estado y su comportamiento en los actos religiosos periódicos, donde los notables le inspeccionaban y decidían sobre su conducta.

Durante el primer siglo de independencia, es decir en los primeros cien años de vida republicana, los hatovejeños mezclaron la tradición comunitarista con los nuevos elementos culturales republicanos. Se separó el Estado y la Iglesia. Los sujetos entraron a ser juzgados por el Estado a través del aparato judicial. Se creó la escuela y se dotó el territorio de una sede administrativa. El territorio comenzó a nombrarse con términos civiles: cantón, partido o jurisdicción. Se creó el cementerio público y la obra pública.

El rito electoral, creó un enfrentamiento con el pasado. El ciudadano, sujeto de derecho, se enfrentó al sujeto dependiente de los notables. Esta contradicción se mantuvo y no se resolvió. La tradición campeó y el ser hatovejeño del siglo XIX se puede definir como un conservador republicano.

El territorio se mantuvo en el siglo XIX entre 1.000 y 3.000 habitantes. Entre ellos unas 50 familias con posesiones en el Hato y en la Villa de Medellín, componían el sector de los notables, con esclavos, dependientes, aparceros, agregados y peones. La ruralidad fue el sentimiento y esta potenció un campesinismo que vivió largamente en la mente y el ser de los pobladores.

Los notables hatovejeños, a finales del siglo XIX, en el año 1883, cambiaron el nombre de Hatoviejo por el de Bello. La argumentación es sumamente simbólica. Dijeron no querer vivir más bajo un nombre que identificaba más un grupo de reses que una sociedad. El nombre de Bello es tomado del gramático venezolano Andrés Bello. En el año 1882 Marco Fidel Suárez ganó un premio de la Academia Colombiana de la Lengua por un estudio sobre la obra de Bello. Por ello el grupo de notables adoptó ese nombre. Este acontecimiento entra a convertirse en un símbolo del ser bellanita.

El nombre de un gramático dado al territorio, un hombre que sale de lo local y adquiere importancia nacional al ocupar la presidencia de la república, son dos elementos que concitaron la imaginación de los pobladores y generaron relatos orales o escritos, sobre Marco Fidel Suárez y el culto de las letras. El origen de este héroe local, por fuera de los códigos sociales, permitió construir alrededor de su persona un mito que puede decantarse en una norma de conducta, adoptada por la escuela local, y que reza: todo pobre puede llegar a los más altos puestos de la república. O la pobreza no impide el progreso. O el esfuerzo tenaz produce frutos y éxitos sociales.

El republicanismo conservador, de base campesinista, y el respeto por la gramática y el hablar grave y altisonante, son la expresión de una parte del ser bellanita. A este sustrato mental, que también involucra una gestualidad corporal, se adiciona otros acontecimientos. Son estos la instalación a comienzos del siglo XX de la industria textil y los talleres centrales del ferrocarril de Antioquia.

La temprana industria textil, trajo consigo, el fenómeno social de construcción de una nueva clase social para el país: la clase trabajadora, llamada por la teoría marxista, la clase proletaria. Este fenómeno madura en la localidad de Bello. En 1920 alrededor de 400 obreras de la fábrica de tejidos de Bello realizaron una huelga de 25 días y por ese acto de fuerza lograron sus objetivos. Esto es síntoma de la madurez de una mentalidad; lo que se llama también conciencia de clase.

El obrerismo bellanita ejercitó unos gustos nuevos y ocasionó transformaciones en el uso de los espacios. Para 1930 la décima parte de la población (aprox. 1.000 personas), sus vidas, dependían del salario de la fábrica. Esta condición obligaba a un uso del tiempo libre, y a una gestualidad nueva, regida por el ser asalariado. Esto se materializó en la aparición del bar y la cantina y en el gusto por el tango ya reputado como canción ciudadana.

Para los años cuarenta del siglo XX, se construyen los barrios obreros de Niquía, San José Obrero y Manchester. Es decir, a mediados del siglo se tiene ya en el mundo mental de los bellanitas una pertenencia a la cultura del obrerismo, ubicada espacial e ideológicamente, dado el amplio proselitismo del sindicalismo, ya fuese católico, liberal o comunista.

Paralelo al establecimiento industrial, los talleres del ferrocarril, posibilitaron que sus trabajadores adquiriesen una habilidad técnica, en el manejo de la metalmecánica, habilidad transmitida a los hijos y manifiesta en la proliferación de pequeños negocios. Para los años sesenta y setenta. Lo antes dicho permitió el establecimiento en Bello de una mediana empresa de tecnologías medias. Así el municipio se convirtió en lo que muchos analistas de la época llamaron “un campamento obrero”.

La industria textil y el ferrocarril, fueron un atractivo para muchas personas, y posibilitó una inmigración sostenida desde comienzos del siglo XX, agravada por el desplazamiento ocasionado por la violencia de los cincuenta y sesenta. Esta población fue recibida por la cultura obrera, cultura del oficio y la herencia ancestral del comunitarismo capesinista o republicanismo conservador o liberal.

Con estos argumentos se puede afirmar: el ser bellanita es un sincretismo entre tradición, revolución y adaptación sorprendente al cambio, sin abandonar la lucha por su propio interés. Por ello en Bello se han dado los dominios del conservadurismo, del liberalismo, del anapismo, del sindicalismo de izquierda, y del anarquismo. Este último se dio al menos en la actitud ante la vida y como militancia en algunos casos. Todo esto decanta para los años ochenta del siglo XX, dos imaginarios claros: una actitud ante la vida en términos espirituales y materiales tradicional comunitarista, es decir, una adscripción a la justicia del grupo del barrio o del sector, agenciada por el poder de la costumbre. La otra es la lucha por el beneficio personal, por el bienestar individual.

El narcotráfico, adicionado a un alto desprestigio del Estado y la clase política, expuso el fenómeno llamado “disolución del tejido social”: este se manifestó en Bello, con la aparición de bandas armadas que ejercieron poder territorial en sectores, con varios barrios en su haber. Los miembros de estas bandas fueron hombres y mujeres jóvenes con un imaginario social y económico basado en la búsqueda de dinero fácil y ejerciendo una justicia comunitaria con base en la extorsión y el asesinato.

Las bandas se adscribieron a diversos idearios. Unas fueron exclusivamente narcotraficantes, otras fueron milicias de izquierda, otras dedicadas al sicariato. Luego a finales de los años ochenta y principios de los noventa del siglo XX, las organizaciones para estatales, cooptaron la mayoría de estos jóvenes y se pusieron al servicio de un imaginario autoritario y comunitarista. Por él se montaron campañas de exterminio de mendigos, prostitutas, homosexuales y drogadictos. A estas campañas se les puso el nombre de “limpieza social” o “amor por Medellín”.

Ante esta situación social, El Estado, optó por negociar con las bandas o “combos armados”, y cambiarles las armas por trabajo cooperativo o por un subsidio al desempleo. Esta política del Estado dejó en la mentalidad de muchos jóvenes una convicción: -se tiene atención del Estado si me organizo en combos armados-. Es claro que esta actitud no es generalizada. Es una actitud de una amplia franja de población, con dificultades socioeconómicas para tener una vida normal.

Sí puede afirmarse que cuando se pone de moda una actitud ante la vida, o mejor, cuando una actitud se convierte en valor, arrastra a muchas capas sociales, así se sea pudiente o no. Muchos de los jefes de bandas fueron o son hijos de familias raizales de Bello con poder económico. Otros han sido hijos o nietos de trabajadores jubilados ejemplares de las fábricas.

El ser bellanita que se puede identificar hoy, tiene la huella mental de ese acumulado, inscrito por la tradición oral y reforzada por el predominio de una cultura de resolución violenta de los conflictos familiares, entre vecinos, entre amigos y sociales. Este ser bellanita se despliega en un territorio, que ha crecido dramáticamente con una mediana o poca planeación. La resultante es el fácil control de extensas zonas del municipio por los poderes paraestatales o de bandas o combos. Estos poderes continúan el comunitarismo y la lucha por el beneficio personal, por el bienestar individual.

Por lo anterior se hace necesaria la intervención del territorio. Se debe dotarlo de servicios públicos, equiparlo para el disfrute del tiempo libre, comunicarlo con vías modernas y amplias que recuperen la cantidad de espacio digno y necesario para el desarrollo de cada persona. Instaurar acciones de satisfacción de las necesidades en educación, vivienda, salud y culturales que permitan la identificación de los bellanitas con lo público para que se le respete y se le conserve.

Es necesario recuperar la memoria histórica de lo acontecido en el territorio, en especial todo lo que engloba el nombre de Bello: lo jurisconsulto, el amor a las letras, el sentimiento de ser ciudadano moderno, por las fábricas y el ferrocarril. Ampliar la oferta de acceso a las artes, las técnicas, el folclor y la ciencia. Propender por un sujeto respetuoso del otro y de lo público; libre pensador, autónomo, crítico, propositivo, dispuesto para la creatividad artística y científica. Todo ello se consigue con una acción clara y planeada desde la voluntad política, la educación formal y extraescolar, todos en un diálogo permanente y oportuno.



2 comentarios:

  1. Muchas, muchísimas gracias por este relato. Qué maravilla de verdad esa deconstrucción bellanita que hace usted con esos datos arqueológicos, y aunar con lo que pasa en el presente. Hay que seguir en la búsqueda de ese ser bellanita y poder cumplir lo que se propone en el último párrafo, aunque por parte de la "voluntad política" el asunto ya es en sí complejo, pues la corrupción como que ya hace parte de ese ser bellanita, empoderado del territorio.

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  2. Hola guillermo excelentes ensayos. Felicitaciones. Resfa

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