jueves, 9 de junio de 2016

La invención del cielo y el señor Páramo

Diego Rivera, fragmento de Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central



Ha llegado a buscar su padre, a un pueblo que tiene un tráfico de seres humanos entre el cielo y la tierra o entre la tierra y el cielo. Un arriero, su primer contacto humano, le guía y le señala, el hospedaje donde puede quedarse. Ese hospedaje es de una mujer que le esperaba, porque fue amiga de crianza de su madre y esta al morir le dio aviso de la llegada de su hijo en busca del padre. Los personajes del pueblo, que le conducen al padre al hablarle le hacen entender que todos están muertos; pero viven la muerte en la doble existencia del pueblo, condenado a desaparecer por la maldad de un hombre, de su padre. Juan Preciado el hijo de Dolores Preciado, llega a Comala, en busca de Pedro Páramo su padre para reclamarle los bienes que le robó a su madre. Esa historia de Rulfo sirve para poner sobre la tierra, la magia de un pueblo y la invención milenaria del cielo, o del panteón, o del lugar supraterrestre al que van los muertos en estado incorpóreo. Esa magia real, es parte de la cultura y ha trasegado los siglos hasta Comala.

A la cultura la llenan las invenciones, hubo las que se convirtieron en estereotipos, como las convocatorias de los espíritus de las piedras, de los árboles o el agua. Es la operación de la cultura de la magia. Esta estuvo vigente, buena parte del paleolítico. Pero la invención, al parecer más fundamental para esta época nuestra, ocurrió en las sociedades agrícolas: es la invención del cielo. El cielo como un lugar. Así como se adoptó un lugar para la siembra, la recolección y la estadía, se adopta un lugar para estar luego después de la muerte. La invención del cielo es parte de la condición humana de establecer una relación de réplica, entre su práctica y su representación o imaginación. Así el ser humano nómada, con una vida práctica territorial, su imaginación fue también territorial. Su representación imaginación estuvo poblada de humanos incorpóreos habitantes de las plantas, el agua, las piedras, el fuego y la tierra.

Por eso el cielo se inventa como réplica del lugar, sede de la vida, el trabajo y el tiempo. La humanidad anclada en una sede, desterritorializa su representación imaginación y crea un émulo de su sede y lo ubica en el espacio supraterrestre. La invención del cielo es fechable, porque obedece a un periodo o estado de la cultura. Son los agrícolas que se explican su condición de civilización ocurrida alrededor de diez mil años atrás. El cielo es el lugar de habitación sede del panteón. Se puede hacer un inventario de cielos, se cuenta el cielo de Ur, el cielo egipcio, el cielo hebreo, el cielo griego, el cielo romano, el cielo azteca, hasta el cielo cristiano, como el cielo de Comala.

Comala es presentado en dos versiones. El Comala habitado, verde florecido, con fiestas, alegrías, agitado. Y el Comala de los ecos, los fantasmas; el Comala panteón. Se tiene el pueblo material, fáctico y el pueblo supraterrestre en el que las palabras “no tenían ningún sonido, no sonaban; se sentían; pero sin sonido, como las que se oyen durante los sueños”. El pueblo supraterrestre es como el cielo, el lugar del cielo, es una creación pertinente con el sentimiento del sueño. Los seres humanos de ese pueblo rulfiano, en la versión material imaginaron otro, etéreo como efecto del cruce de sentimientos oníricos. La mujer que duerme con su hermano fue muerta por los murmullos y el rechazo social a su incestuosa vida; pero sigue ahí atrapada entre los resquicios de las paredes y por dos de sus sueños: uno bueno, otro malo. Por ellos transmigra entre el cielo y la tierra. Dentro del sueño bueno tuvo un hijo, lo amó, lo crió, lo llevó a todas partes. Pero en el sueño malo, le dijeron en el cielo que se habían equivocado con ella, que le “habían dado un corazón de madre, pero un seno de una cualquiera… llegué al cielo y me asomé a ver si entre los ángeles reconocía la cara de mi hijo. Y nada todas las caras eran iguales, hechas con el mismo molde… pero otro de aquellos santos me empujó y por los hombros me enseñó la puerta de salida: “ve a descansar un poco más a la tierra, hija, y procura ser buena para que tu purgatorio sea menos largo””.

El universo de América independiente pasa por ese pueblo de doble estatuto. El poder del codicioso de tierras y riquezas, despoja a los demás y los condena a la pobreza y el hambre. Ata el devenir del pueblo a su vida. Somete la ley, la iglesia y la libertad. Y cuando los despojados se revelan pone su riqueza a disposición de los ejércitos triunfadores, vencedores, con la esperanza de continuar la supremacía, la dictadura dada por la riqueza, efectiva en poner a su servicio la virginidad y demás bienes de la vida de los demás. Los muertos les narran a los vivos los acontecimientos y les explican por qué el pueblo está muerto. El supremo encontró un solo poder invencible, el amor. Ante él sucumbió e hizo sucumbir el pueblo. Ató los dos destinos.

El arriero que guía a Juan Preciado y la mujer del hospedaje están muertos, pero deben ayudarle al recién llegado a encontrar a su padre y a comprenderlo como ese ser responsable de la historia de esplendor y decadencia de Comala. Juan Preciado lleva en la cabeza las palabras de su madre muerta. Ella le describió un pueblo lleno de colores y de vida. Encuentra uno desolado, habitado por seres que se acusan mutuamente de estar muertos y le obligan a hacer memoria de las palabras de la madre y cotejarlas con la realidad. El arriero comienza y termina la historia. Usted viene a buscar a Pedro Páramo, su padre, siga este camino y lo encontrará. Por el doble estatuto del pueblo, el arriero material es el matador del padre por haber sido despojado y es el justiciero incorpóreo migrante entre cielo y tierra para dar cuenta de lo acontecido.

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