miércoles, 22 de junio de 2016

Las sociedades sin escritura son un asunto metafísico



Ritual mesoamericano, pintura Iker Larrauri Méjico 1998

Hace tiempo, ha obrado en mi imaginación alguna fascinación, representarme esa época de la humanidad en la que se decanta la escritura, o también se pude decir, época en la que aparece la escritura. He concebido ese suceso, en el tiempo de una humanidad que adopta la agricultura y crea una metafísica. En ese ámbito del pensamiento (la metafísica), la escritura se toma como la grafía de la lengua, de muchas maneras despreciable, porque lo fundamental es la voz, el verbo, la fonación.

Muchas veces he paleado la pregunta por la escritura alfabética, al establecer la diferencia de ella con otras escrituras no alfabéticas y reduciéndolo todo al ejercicio de la técnica. La escritura es la floración más refinada de la aptitud técnica de la vida; y en la vida humana, inicia su concreción con lo que se ha denominado pintura rupestre. Así, es atributo del homo sapiens, ese artificio de grabar en superficies los signos materiales de un pensamiento.

Queda expuesta la búsqueda de la génesis del pensamiento, de la conciencia, divorciados de la grafía por efecto de la dualidad voz (pensamiento) por un lado y por otro la escritura (artefacto técnico). Buscar la génesis del pensamiento es el ámbito de la metafísica, con vigencia desde la especulación del ser civilizado.

La escritura, aptitud registrada a partir de las sociedades agrícolas se ha explicado desde una pose logocéntrica, es decir, desde la metafísica, porque se cree que por el logos se adopta la grafía como una secuencia racional. Pero es posible llevar la aptitud grafica a una dimensión fundante de la existencia. El pensar el grama (grafía) como la diferencia, se encuentra que la existencia ocurre, en movimiento para afianzar el contrario diferente y cifrarlo o signarlo en términos de memoria, y así repetir y diferir. Repetición y diferencia, mediados por la huella y la memoria, materializan la existencia. La huella y la memoria, se pueden asir por el grama, huella en la memoria, materializada. De esa manera la escritura debe concebirse, más allá del simple artefacto que expresa el lenguaje o la lengua. La escritura como grama está en la vida y la perpetúa, en especial cuando la concebimos como programa.

Por eso solo podemos hablar de humanidad, cuando la arqueología nos brinda, producto de sus investigaciones, un fósil con útiles, correspondiente a un ser gramatical que talla su pensamiento en una superficie, en ejercicio de un gesto sonoro, gráfico y vivo. Según este pensar puedo afirmar: no existen grupos o sociedades humanas sin escritura. La amplia literatura antropológica, sociológica o etnológica dedicada a establecer la diferencia entre pueblos ágrafos y pueblos con escritura, se debe inscribir dentro una tradición metafísica, que reduce la escritura al logos. Según esta tradición la escritura es producto del logos y la razón. Y por esta vía el pensamiento no necesita del grama para ejercerse.

Las sociedades preagrícolas inscribían el socius en la piel, en útiles o en la huella del nombre. La estructura del parentesco es el grama que se materializa en la prohibición del incesto. El dominio de la naturaleza, para garantizar la supervivencia, es grama concretado en la clasificación de las cosas. La grafía alfabética es una entre tantas y más que ser un producto racional es la expresión de la diferencia inscrita en la existencia.

Esta actitud ante la escritura tiene el rigor de la evolución y de la historia. Desde ahí se señala la propuesta de Rousseau como logocéntrica cuando sustenta las sociedades primitivas como pacíficas sin conflicto. En esa sociedad del buen salvaje la piedad hacía respetar a los viejos y a los niños y a la naturaleza. El cuerpo humano de esas humanidades primigenias era puro, libre y bueno. Entra en decadencia cuando conoce la razón y su criatura la escritura; por ellas entra en civilización, se aleja de la naturaleza y se corrompe.

El pensamiento salvaje de Levi-Strauss se centra en el mismo logos, para sustentar su concepto de “ciencia de lo concreto”. La magia pre y paleolítica era eficaz porque esas sociedades tuvieron un una taxonomía hecha con el nombre como signo indicativo, basada en la simbología transmisible entre generaciones. Esa cultura fue una estética de la imitación, por la que se construía una réplica del fenómeno para dominarlo. Levi-Strauss toma a Rousseau y a Ferdinand de Sausure, para elaborar su propuesta de cómo entender las sociedades ágrafas y por tanto se adhiere a las conclusiones del lingüista en las que prima la fonología. La escritura es para Sausure violencia contra la lengua.

La ingenuidad primigenia y la ciencia concreta, fueron violentadas por la civilización. A esta conclusión llegan el ginebrino y el antropólogo; porque divorciaron la escritura de la lengua y terminaron por efecto de logocentrismio metafísico, no pensar la escritura con la misma fuerza y profundidad con la que pensaron el habla, el logos, la fonación. La vida es un programa autogenerado en la diferencia de lo propio de las cosas. Y en la humanidad el ser es la diferencia por el nombre propio. Grama y programa son la huella en evolución.

La escritura alfabética o jeroglífica es una ente muchas y desde hace seis mil años se le ha tomado fuera de la voz. En la modernidad se le ha restituido la integralidad en materia viva, fonación y materia gráfica. Escribir es experiencia propia y extraña, dada al lector para transformarlo a pesar de él. Es el mismo gesto fundacional ocurrido al momento de enseñar la confección de un útil. El aprendiz queda atrapado en el grama con voz y la materia del útil.

La lectura de Derrida de Christopher Johnson propiciaron estas palabras



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