Después del caso de Aguirre ocurrido en 1561, el beneficiado Juan de Castellanos, prosigue su crónica versificada sobre la invasión de América por los españoles. La distancia de cincuenta años de la llegada de Colón y los años menos de otros acontecimientos, más cercanos, le permiten tomar unos personajes, hacerles el relato de sus acciones hasta su tiempo el año de 1600. Vuelve al principio de la conquista con otros personajes como el licenciado Juan de Vadillo en 1539, enviado por la Audiencia de santo Domingo (La Española), a tomarle residencia a Pedro de Heredia, creador de la gobernación de Cartagena, al separarla de la gobernación de Santa Marta. Heredia consiguió esta gobernación con un viaje a España donde convenció el Consejo Real de la necesidad de la creación. Heredia incursionó en el “Cenú” y el oro rescatado de la profanación de las tumbas indígenas se lo apropió, no lo compartió con sus soldados; felonía que ocasionó la denuncia ante la Audiencia.
Vadillo llegó a Cartagena con cuatrocientos (400) soldados y cien (100) caballos. Dice Castellanos de él, ser un joven muy vital; hace huir a Heredia quien pierde sus riquezas en naufragios. Pero Vadillo seducido por el oro, como todos los conquistadores, entra por el “Cenú”, tierra adentro, hasta llegar a Buriticá, en la futura Antioquia.
Cartagena se crea por las contradicciones entre el gobernador de Santa Marta Diego de Nicuesa y Pedro de Heredia y éste consiguió la gobernación en 1537, llamada inicialmente Calamar. “El despacho se dio que pretendía/ De la gobernación de Cartagena/ Y el término de tierra se estendía/ Desde el gran rio de la Magdalena/ Hasta el Darien y su bahía,/ Y por la tierra adentro fue muy llena,/ Con las fuerzas y vínculos bastantes/ Que se dan en negocios semejantes.”1
Heredia y su teniente Francisco César iniciaron la conquista de Calamar (Cartagena). Los indígenas indómitos dirigidos por el cacique Corinche, presentaron fiera batalla y los españoles hicieron una carnicería: “El buen gobernador iba delante/ Dando de su valor patente muestra,/ Recambiando la lanza penetrante,/ Vez a la diestra, vez a la siniestra;/ Corría rojo rio y abundante/ De los que clava su potente diestra;/ Brama la tierra con mortal gemido,/ Y aumentarse al grita y alarido”2
Castellanos no ahorra imágenes del horror de los indígenas vencidos… “Desta manera son los embrazos/ Que ponen a los vivos los caidos,/ Con piernas y con piés, manos y brazos/ Que por aquel lugar están tendidos:/ Cabezas repartidas en pedazos,/ Y sesos derramados y esparcidos,/ Con los demás belígeros pertrechos/ Con que se mueven semejantes hechos”3. Luego de esta batalla, los caciques indígenas “Cospique, Cocon, Caricocox, Matarapa y Bahaire” vinieron de paz y aceptaron las condiciones del conquistador.4 La paz se selló con un banquete ofrecido por Heredia a los caciques comarcanos con la comida que ellos llevaron y con vino de castilla. Aquí en este punto de la crónica versificada, el Beneficiado se pregunta si la paz estuvo en firme y se responde revelando como obtuvo la información. Los veteranos de la conquista le enviaban escritos: “Aunque según las relaciones nuevas/ Que de la villa de Mompox me envía/ El antiguo soldado Juan de Cuevas,/ No fue poco sangrienta la porfía,/ Pues antes de la paz hicieron pruebas/ De lo que cada cual parte podía;/ Más Gonzalo Fernández no da cuenta/ sino de lo que aquí se representa”5
Heredia convirtió a Calamar – Cartagena en un puerto pujante de intenso comercio de mercancías europeas cambiadas por oro “rescatado” de los indios (esta palabra encubre lo que realmente ocurrió: el despojo). Heredia informado de las riquezas que prometía el sur, arma en 1534 una incursión. Llegó al “Cenú” y dice Castellanos que encontró un pueblo de indios en cuya plaza tenía un santuario en una de sus esquinas, capaz de albergar mil hombres.6
“Y
aun dos mil hombres no quedaran faltos/ De lugares cumplidos y bastantes:/
Dentro del se pusieron en dos saltos/ Esos que por allí llegaron antes:/ Ídolos
veinte y cuatro vieron altos/ Todos como grandísimos gigantes,/ De madera
labrada lo intestino/ Y lo de fuera hoja de oro fino […] Tenía cada cual puesta
tiara/ O mitra de oro puro bien tallada;/ De dos en dos tenían una vara/ Sobre
sus anchos hombros travesada,/ Cuyas posturas son cara con cara/ Y una hamaca
del bastón colgada,/ En las cuales hamacas recibían/ El oro que los indios
ofrecían […] Era todo lo más oro labrado/ Y había también oro derretido,/
Finísimo después de quilatado,/ Puesto que por encima denegrido,/ Que algún
tiempo debió de ser quemado/ Aqueste santuario referido;/ Y ansí los indios con
aquel mal talle/ Se lo dejaron sin osar tocalle […] Había muchos árbores
afuera/ Pegados con el dicho santuario,/ Colgados de los ramos en hilera/
Campañas de oro no de talle vario,/ Más en tamaños, formas y maneras,/ Según un
almirez de boticario;/ Y en un momento mano bien Instructas/ Los despojaron de
estas bellas fructas […] Recogidas las dichas campanillas/ Cuyo sonido daba
gran consuelo,/ para ver si eran de oro las costillas/ Derriban las estatuas en
el suelo:/ Quitan las vestiduras amarillas,/ No de brocados ni de tercio pelo,
/Más oro puro, hoja mal batida,/ De más valor cuanto menos polida”7.
El oro allí despojado, dice Castellanos, se calculó su valor en 150.000 ducados. Además de este interés por el oro, la observación de Castellanos tiene un interés antropológico. El pueblo indígena esta construido alrededor del santuario, de la plaza que tiene esquinas –dice-. Los colosos gigantes al estar vestidos de oro, indican que los adoradores llevaban, igualmente, vestido; y las campanillas y frutos de oro que pendían de los árboles alrededor del santuario, indicaban la intención de crear un ambiente de sosiego y paz. El sonido de las campanillas de oro daba gran consuelo –dice Castellanos-. Además que el santuario estaba rodeado de tumbas [montículos] según un indígena “mozuelo” quien les dijo:
“Porque
según antiguamente canta,/ Y es opinión de todos mis mayores,/ Esta que veis es
toda tierra santa,/ Llena de sepulturas de señores:/ Encima dellas ponen una
planta/ Destas que veis o grandes o menores,/ Y otras en la grandeza más
enhiestas,/ Según los tiempos en que fueron puestas […] Ansí que, porque el
muerto meno pene,/ Aqueste lugar toma por abrigo,/ O natural o quien de lejos
viene,/ Y aqueste suele ser orden antiguo,/ Que las preseas quel difunto tiene/
Al mundo donde va lleva consigo,/ Y la macana y arco y el aljaba/ Con que
cuando vivía peleaba”8.
Continúa el cronista versificando al poner en labios del indígena “mozuelo” una descripción de las costumbres de su grupo social: enterraban vivos con él a sus sirvientes y queridas; la tumba es una “cueva cuadrada” y luego del entierro con el debido equipaje y comida, se llena con una tierra distinta y coloreada. En un “duho” (asiento bajo de piedra o madera o de oro) ponen el difunto sentado con la mochila y el poporo. Hay sepulturas en pirámide para difuntos de poca valía, pero con oro; el difunto se llora, se le hacen “areïtos”, se le dedican borracheras, las “endechaderas” cantan tristes.
El hermano de Pedro de Heredia, Diego, llegó de Guatemala. Pedro lo nombró general de su hueste y desplazó a Francisco César. Diego volvió al “Cenú” y profanó más sepulturas en Tolú y Mogotes. Dice Castellanos que esas piezas de oro eran “[…] diversísimas figuras/ Y de todas maneras de animales,/ Acuáticos, terrestres, aves, hasta/ Los mas menudos y de baja casta./ Dardos con arcos de oro rodeados,/ Con hierros de oro grandes y menores,/ Y en hojas de oro todos aforrados;/ Ansi mismo muy grandes atambores/ Y cascabeles finos enlazados,/ Según los de pretales y mayores,/Flautas, diversidades de vasijas,/ Moscas, arañas y otras sabandijas.”9
1. De Castellanos, Juan. Elegías de varones ilustres de Indias. Editor Gerardo Rivas Moreno. Bogotá – Bucaramanga 1977. Prólogo de Javier Ocampo López. Pág. 696
2. Ídem. Pág. 704
3. Ídem. Pág. 705
4. Ídem. Pág. 710
5. Ídem. Pág. 712
6. Ídem. Pág. 719
7. Ídem. Pág. 719
8. Ídem. Pág. 719 – 720
9. Ídem. Pág. 725
Imagen: Theodoro de Bry 1602 Enterramiento Cacique Cinu.jpg
No hay comentarios:
Publicar un comentario